martes, 27 de diciembre de 2011

Mentira negra


A la gente le gusta preguntar. Yo odio responder. Sobre todo odio responder la verdad. Por eso digo que vivo solo porque mi mujer murió, nunca tuve hijos y detesto la vida social. Es una versión de mi vida que me acompaña todos los días. Lo curioso es que es una mentira que todos creen. Incluso tú. Sobre todo yo.

A Sabrina nunca le gustaron las mentiras, quizá por eso una mañana me desperté y ya no había nadie en mi casa.

No sé por qué he dicho que es mi casa… no es mía, no es de nadie. Está abandonada.

Mi primera mentira negra me jodió la vida. Tenía 23 años, una novia de revista y un par de sueños estúpidos: recorrer el mundo en motocicleta, encontrar el sentido de mi vida, no parecerme a mi padre y conocer a Michael Jackson. Ya… ya anticipé que eran estúpidos. Talvez por eso nunca se hicieron realidad, o quizá fui yo el estúpido que no los perseguí por miedo a fracasar. Quién sabe.

Yo acababa de regresar de España, donde estudié la carrera que mi padre escogió para mí. No me considero un abogado. No lo sentí así el día que recibí mi título universitario, no lo sentí así en los veintiocho años en que ejercí esa profesión, y menos aún lo siento así hoy. ¿Qué soy entonces? Un hombre. Punto final.

Conocí a Sabrina, la novia de revista, en una de esas fiestas a las que vas sin ganas pero que terminan siendo geniales. Te emborrachas y amaneces en la cama de una mujer divina que te prepara un café y… ¡ya está! Decides que ella tiene que ser la mujer de tu vida. ¿Por algo pasan las cosas, no?

Seis meses de Sabrina fueron suficientes para comprender que no era perfecta pero que yo tampoco podía aspirar a mucho más.

Sabrina estaba loca por mí…. y supongo que se podría que yo estaba loco por ella. Amaba su cuerpo, sus pechos, su espontaneidad y la forma en que dormida sobre mi pecho las noches parecían importantes. La forma en que a su lado yo parecía importante.

El día en que Sabrina y yo cumplíamos nuestro aniversario de 1 año juntos coincidía con el cuarto matrimonio fallido de mi padre. Digo fallido porque, si las cuentas no me fallan, los dos últimos matrimonios de mi padre no habían sobrepasado el año de vida. Por ende, se podía intuir que esta vez no iba a ser la excepción.

Mientras Sabrina me ponía la corbata morada que había escogido minuciosamente para que combine con su brillante vestido del mismo color, yo pensaba que si la abuela todavía viviese se negaría a asistir a la boda. Entonces yo tendría una aliada dentro de la familia y juntos nos sentaríamos a tomar vino en la sala de su casa mientras mi padre se encaminaba gloriosamente hacia su tercer divorcio.

Un splash de colonia me trajo de vuelta a la realidad. Sabrina me sonreía con la última fragancia de Gucci.

- Feliz aniversario, me dijo coqueteándome.

Así era Sabrina. Y supongo que así sigue siendo Sabrina. Para ella no existe regalo que no sea de su beneficio, incluso cuando se lo compra a otra persona. Llevaba tres meses insistiéndome que me compre la última colonia de Gucci, resignada me la regaló (o se la regalo) para nuestro aniversario.

- Gracias, nena.

Sabrina tampoco estaba encantada con la idea de pasar nuestro aniversario en medio de una colección de viejos verdes y mujeres gordas que soñaban con liposucciones y transplantes de senos. Sin embargo, se dibujó una sonrisa roja en la cara y me acompañó. A regañadientes pero lo hizo. Por eso era mi novia.

Llegué tarde y me fui temprano. Después del matrimonio Sabrina me propuso algo maravilloso:

- ¡Escapémonos a la playa!

La besé.

Dos horas después estábamos en el jacuzzi de la casa de playa de sus padres tomando vodka y escuchando música. Y fue ahí, con alguna canción romanticona de esas que les fascinaban a Sabrina, cuando tomé la primera decisión de mi vida. Estaba ebrio, es verdad, pero sobre todo estaba orgulloso de mi seguridad. Qué bien que me sentía.

Salimos del jacuzzi y abracé su cuerpo diminuto con fuerza. Tiritábamos de frío. Ella corrió hasta la cama y cuando la alcancé ya estaba esperándome desnuda. Qué preciosa que es, recuerdo que pensé.

Jugamos bajo las sábanas de la cama de mis suegros como dos niños después de comerse un arsenal de caramelos. Me parecía increíble que después de tanto tiempo a su lado todavía me podía emocionar con cada milímetro de su cuerpo desnudo. No sé cuánto tiempo pasó hasta que nos dio sueño. Exhaustos, cerramos los ojos abrazados.

No nos importó que la luz del baño se había quedado encendida. No nos importó que no habíamos usado condón. No nos importó nada.

Antes dormirme le dije lo que llevaba planeando durante treinta minutos.

- Cásate conmigo.

No recuerdo si me dijo que sí o que no. Sólo sé que pocos días después, mientras regresábamos de la playa, empezamos a planear nuestra vida juntos.

Yo no estaba ni feliz ni triste, estaba donde creía tenía que estar. Y eso, para mí, ya era mucho que decir.

Ella quería contárselo a sus padres primero. Yo acepté. Me armé de valor y agarré su pequeña mano con cariño mientras les daba la gran noticia. Lloraron (supongo que de felicidad). Sacaron champagne, pusieron música y me besaron y abrazaron durante toda la noche. Creo que se podría decir que fue una buena noche. Pero no estoy tan seguro de ello.

No te podría decir que me gustaban mis suegros, porque en realidad me parecían insoportables. Pero, en honor a la verdad, eran unos tipos con un gran corazón. Un poco idiotas, pero con un gran corazón.

Cuando se acabó el champagne nos fuimos a dormir. Sabrina estaba borracha, y supongo que yo también. Nos metimos a la cama desnudos, ella se acostó en mi pecho y con esos ojos de perro nervioso me hizo la Pregunta que me condenaría de por vida:

- ¿Estás seguro de que te quieres casar? Dime la verdad.

Maldita pregunta. Maldita sea. La miré, estaba insegura. No de ella, sino de mí.

Sabrina siempre fue una chica pilas, intuyo que descubrió (incluso antes que yo) que realmente no estaba seguro de querer condenarme a pasar toda mi vida a su lado. Yo permanecí callado mientras le sobaba el cabello, ella me miraba insistente y nerviosa.

Fue ahí cuando la embarré. Fue ahí cuando dije la primera mentira negra de mi vida.

- Por supuesto que sí, mi amor. Es lo que más quiero en este mundo.

Esa respuesta fue suficiente para ella.

Recuerdo con nitidez aquella noche… no porque fue la noche en la que comprendí que acababa de tomar la decisión más importante de mi vida.

La que lo cambiaría todo. Todo.

Recuerdo con nitidez aquella noche porque fue la última vez que pensé en Sabrina mientras le hacía el amor a Sabrina.

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