lunes, 2 de enero de 2012

Qué absurdo que es el mundo

Nunca entendiste cuál era el problema que parecían tener todos con eso que
llamaban soledad.

Es un desgraciado, por eso se va a morir solo, escuchaste que le decía tu tía a tu madre refiriéndose a tu tío favorito. Entonces tenías sólo once años, una bicicleta roja que te acababa de regalar Papá Noel y un par de amigos mocosos. Te terminaste tu sopa tan rápido como pudiste y te largaste al patio a jugar solo.  Desde pequeño aborreciste las conversaciones absurdas. Preferías ni preguntar. Si no lo entendías seguramente era una pendejada. 



- Me temo que no hay nada más que podamos hacer por usted, señor - te dice ese hombre pequeño y gordo.

Te fijas en su bata blanca y larga. Le queda inmensa. Seguramente no hacen batas para doctores enanos. Te provoca reírte pero con el tiempo, y a la fuerza, has aceptado eso que dicen los más educados acerca de que hay un lugar y un momento para cada cosa. Tu intuición te indica que este no debe de ser un buen momento para reírte. Así que te mantienes serio como si realmente te importara un carajo lo que te está diciendo. Inspeccionas con la mirada los bigotes nítidamente perfilados que adornan el rostro de aquel enano con complejo de salvavidas.

- La quimioterapia no le está haciendo efecto - te dice el enano después de dos minutos. Como si no lo hubieras escuchado la primera vez.

Te provoca decirle que tienes cáncer, no sordera. Sin embargo, te asalta el recuerdo de tu tío favorito. Aquel gordo peludo que, en contra de todo pronóstico, se había muerto acompañadísimo. De pronto sientes una tremenda lástima por tu tío, aunque habías jurado nunca permitirte sentir algo tan espeluznante por ninguna de las pocas personas que no detestas. Pero no lo puedes evitar. Luego sientes un profundo orgullo de ti, que preferiste irte a tirar a una rubia espectacular en lugar de sumar molestias en la sala de espera del hospital en el que había muerto. 

- Vamos a contactar a sus padres, para que se pueda despedir. Si le gustaría que avisemos a alguien más no habría ningún inconveniente- te informa el gracioso salvavidas.

Ahí sí que se te olvidan los modales. Qué absurdo que es el mundo. Y qué barbaridad de idioteces que se pronuncian diariamente. Ya ni con un pie fuera de este planeta a uno lo pueden dejar de joder. Que en paz descanse, dicen cuando la gente muere. A ti te gustaría que no esperen a que estés bajo tierra para hacerse los generosos y andar regalando paz. 

Sueltas una carcajada sin el menor reparo. Después de todo aquel enano tampoco se había mostrado muy educado contigo. A la mierda la prudencia, piensas. Y te vuelves a carcajear.

- Doctor, estoy enfermo, no viejo - le explicas condescendientemente.
- Perdón, creo que no le he escuchado bien.

Con que el sordo ha sido el enano, piensas. 

- Sólo son los viejos quienes antes de  morir comienzan a negar lo que realmente son. A mí me gusta estar solo. Así que, con todo el respeto señor doctor, me gustaría morir de la misma forma en que he vivido. Y si lo que quiere es chismorrear a alguien sobre mi triste destino, vaya a llamar a su mujer o a su amante, pero con mis padres no se meta. 

El enano se queda tieso. No dice nada, sólo te contempla. Se acerca a ti como si sus ojos no dieran crédito a lo que ven. O mejor dicho, como si no dieran crédito a lo que escuchan.

 Te sientes una rata de laboratorio. Supones que el pequeño cerebro del salvavidas ya debe de estar elucubrando cómo embaucarte para que accedas a formar parte de algún experimento médico. 

Quieres librarte de ese patético hombrecillo. Estudias tus posibilidades. Largarte corriendo no es una opción, por muy desesperado que te encuentras no has perdido la cordura todavía. Intentar que te comprenda es una perdida de tiempo, lo sabes. Entonces decides que tendrás que actuar. No es ésta la primera vez que te toca aparentar ser "un tipo normal", como te dice tu hermano cuando te lleva a las cenas en casa de sus suegros. 
De pronto esas interminables sobremesas jugando a ser "uno más" cobran sentido, descubres su utilidad. 

Le sonríes al enano de la forma más normal y amable que has aprendido y le pides disculpas por tu insensatez.

- Debe de ser el cansancio, señor doctor- hablas también muy bien, como intuyes que deberías.
- O el shock. No acaba de recibir cualquier noticia. Es normal si desvaría un poco.

De pronto ya no eres una rata de laboratorio, sino un pobre enfermo terminal.  Qué duro. Qué triste. Qué injusto. Y tan jovencito...

- Puede llorar si quiere. O gritar. Lo importante es que no se guarde nada, porque luego es peor - te aconseja el enano y coloca su mano en tu hombro.

Mierda, ahora este es mi amigo, piensas asqueado. 

- Tiene usted tanta razón, doctor. Gracias por iluminarme. Necesito llorar.... - le dices bajando la mirada - pero me gustaría hacerlo solo. Ya sabe, para desahogarme y toda la cosa.

Y de pronto, sin darte cuenta, descubres que podrías haber sido un actor de primera. Pero la vida es tan desgraciada que te regala un bife de chorizo justo cuando se te caen los dientes.

El enano está conmovido. Te abraza con fuerza. Quieres apartarlo pero sabes que eso no va con el personaje que estás interpretando en ese momento. Así que esperas, con paciencia y como si te sobrara el tiempo, a que ese gesto de cariño llegue a su fin.

El enano te sonríe mientras se dirige a la puerta. 

- Doctor, por cierto, mi familia ya está en camino - le sonríes tu también.

Por fin se larga. Y hasta cierra la puerta. No te cansas de felicitarte por tus magníficos dotes de actor. Aunque te molesta terriblemente tener que andar mintiendo justo antes de partir. 

Todavía no entiendes este mundo tan absurdo. Todavía no entiendes  cuál es el bendito problema que tienen todos con la pobre señora de la Soledad. Decides que si te hubieras casado alguna vez lo hubieras hecho con ella, que seguro no te jodía mucho la vida.

Piensas que quizá si hubieras llegado a ser un viejo decrépito comprenderías mejor por qué ese afán de compañía que tienen todos. Pero afortunadamente Dios te regalaba la oportunidad de morir joven y cuerdo.

Y precisamente por eso... Solo.

 

 

No hay comentarios: