martes, 2 de diciembre de 2008

Oleaje de alta mar

Enrique sacó de su caja metálica un cigarrillo, lo miró detenidamente y, cogiendo el mechero, lo encendió con lentitud observando todo el proceso sumido en el silencio. Le entusiasmaba el humo. Le encantaba ver cómo se expandía por todo el despacho formando unas graciosas ondas en el aire hasta que, finalmente, se difuminaban. “El humo es como la vida. Al prenderse descarga toda su energía, luego se diversifica por distintos caminos y, al final, desaparece”, escribió en su folio garabateado. A continuación observó cómo el humo le envolvía y se hacía parte de él dejándole un olor que le delataba: el humo es como el amor. Te embauca por completo, te apasiona, te deja huella y, al final, desaparece”. Se percató al instante de que había estado comparándolo con elementos inmateriales y, precisamente, el humo era totalmente perceptible. Se levantó con serenidad de su silla chirriante, miró por la ventana y vio cómo la lluvia caía provocando un sonido parecido al de un oleaje de alta mar. Acto seguido, volvió a su lugar enfrente del escritorio, entrecerró los ojos y, mirando el cigarrillo, dijo en voz alta: “El humo es como el mar”.

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