miércoles, 3 de diciembre de 2008

Siete garabatos y medio

Había intentado suicidarse siete veces y media pero era inútil. Se volvía a despertar sobre el colchón ensangrentado, las sabanas en el suelo, sudoroso, cansado, llorando. Se volvía a despertar sin poder ponerle fin a la vida que ya no quería vivir.
Una noche, resignado, comenzó a escribir. Después de siete minutos y medio leyó su historia; entendió, entre letras y garabatos, el porqué de ese colchón manchado de sangre que su madre veía sin inmutarse. Para qué morir si nadie se va a enterar.
Escribió su vida para desangrarse de una forma más digna, menos bulliciosa. Él pensaba que se podía quitar la vida con una botella de tequila y una gillette desgastada. Se equivocó. Escribió sobre su vida y se dio cuenta de que al escribirla la perdía. Cuando leía la historia no se reconocía en ella. No me reconozco en estos putos papeles.
Entonces los garabatos le gritaron lo que necesitaba escuchar: hubiese sido mejor no nacer. Casi derrotado, reescribió la historia de su vida sin él.
A la mañana siguiente su madre entró a la habitación por primera vez en siete años y medio y gritando su nombre se aferró, sollozando, al cuerpo de su hijo que descansaba sobre un libro.
No necesitó volver a intentar suicidarse. Escribir le quitó la vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no me gustan los cuentos deprimentes en los que ni siquiera se aprecia el mal, sino la simple depresión por depresión

Campanula dijo...

Me gusta, aunque espero realmente que escribir no se lleve mi vida.
un abrazo