miércoles, 3 de diciembre de 2008

La última copa

“La última copa, lo prometo”, dijiste tambaleándote. Que la cirrosis, papá, que tu hígado, que tu salud, que recuerda lo que el doctor te advirtió, que por favor, papá…
Te despiertas una mañana, dónde está mi whisky, dónde dejé las llaves del auto, dónde me escondieron mis porros. Ya no te tropiezas con balones de futbol, ni con barbies desnudas, ni con mini superhéroes de plástico, ni con dulces ni crayones. Tus hijos ya no viven contigo, se mudaron de casa.
Sólo ella, sólo tu mujer que te sigue mirando con una súplica silenciosa desde el otro extremo de la cocina. Y tú no sabes que todavía te ama, que todavía te espera.
La próxima vez que te despiertas ya no estás en casa. Estás en una cama pequeña, envuelto en sábanas, inmóvil, adolorido, huele a hospital. Maldito olor a hospital que odias desde los siete años cuando a tu abuelo le dio ese infarto que le quitó la vida a tu papá también. Le preguntas al señor de bata blanca por tu mujer y él…

Ya sabes qué significa esa mirada cabizbaja, esas manos entrecruzadas, ya has vivido ese silencio de hospital. Ese hicimos-todo-lo-que-pudimos que no te creíste ni de niño.
Comprendes que ella tenía razón, que debiste escucharla, darle las llaves del auto. Comprendes, demasiado tarde, que la última copa (por la que tanto insististe) fue tu última oportunidad, la última vez que la viste sonreír.

3 comentarios:

Inma de Reyes dijo...

Dios mío,Isabella, ¡el vello se me eriza! Me encanta.

Isabella Durán Piovesán dijo...

¿Sí?, se ocurrió después de la fiesta de ayer (jeje), no mentira.

Jose dijo...

Me encanta, Isabella.